Un ángel en la ventana
Eras las siete de la tarde. Como todos los días, Agueda ayudaba a su madre a preparar todo lo necesario para hacer la cena. Estaba cortando patatas cuando un sonido le distrajo. “Ya está aquí”, pensó. Dejó todo lo que estaba haciendo y se dirigió a su habitación. Se apoyó en la repisa de su ventana y miró hacia la calle. Fuera había un chico que sin percatarse de la presencia de Agueda, volvió a toser. “Miguel ya estoy aquí”, susurró para que nadie la escuchara. El joven esbozó una amplia sonrisa y se dirigió a la ventana. Allí, detrás de los barrotes estaba su novia. Como todas las tardes él iba a visitarla y tosía para que ella se asomara por la ventana. Aquella era su señal secreta.
- Hola mi ángel – le saludó haciendo que Agueda se ruborizara.
Ambos se cogieron de las manos. Ese simple gesto les ponía los pelos de punta. En el pueblo todas las parejas debían respetarse. Había que esperar hasta el matrimonio para poder besarse o acariciarse en público.
Agueda y Miguel acababan de empezar su relación. Apenas tenían diecisiete años pero sabían que estaban hechos el uno para el otro. Se conocían desde niños. Eran vecinos de toda la vida y sus corrales estaban pegados el uno al otro. Ya ni se acordaban de las veces que habían jugado juntos a la píndola, al borriquillo o al corro de la patata. Y ahora después de tantos años se habían enamorado el uno del otro.
Esa tarde, Agueda notaba a Miguel especialmente nervioso. No paraba de comprobar el bolsillo de la camisa. Le daba una palmadita y una pequeña sonrisa salía de sus labios. Después de un buen rato hablando sobre cómo les había ido el día, Miguel cogió con fuerza la mano de su novia y sacó el contenido del pequeño bolsillo. Le dio un beso y se lo entregó a Agueda. Ella sostuvo durante un instante el presente de su enamorado. Era un pequeño trozo de papel, doblado y algo arrugado. Lo abrió y comenzó a leer.
“Querida Agueda,
Eres como mi ángel de la guarda, el que siempre me acompaña y me da luz. Te has convertido en la mujer más importante de mi vida y quería que lo supieras. Me da vergüenza decirte que te quiero y, por ello, te escribo estas palabras.
Miguel”
Agueda no podía dejar de mirar el papel. “Me ha dicho que me quiere”, pensaba. Hacía tiempo que esperaba que Miguel se atreviese a pronunciar esas palabras que tanto anhelaba. Levantó la mirada y le dijo: “Yo también te quiero”. Miguel dio un pequeño salto de alegría al escuchar a Agueda. Pasó su mano por los barrotes, cogió el mentón mentón de su amada, acercó sus labios y, con un poco de dificultad, la besó. Ese fue su primer beso. Un beso tierno que les marcaría para siempre.
Ya han transcurrido más de sesenta años desde aquel día y no pasa una noche sin que Miguel le diga a su ángel: “Te quiero”.
CONTINUARÁ…
Esta historia es muy significativa para mi (Bárbara) porque es la historia de amor de mis abuelos. No sabéis lo bonito que fue para ellos y para mi entrevistarles para este post, me emociono solo de pensarlo :).
Ellos son el ejemplo del amor verdadero, de un amor que no caduca y que supera cualquier dificultad. Actualmente llevan más de 50 años casados, que se dice pronto, y hoy quiero homenajearles. Llevan una rachilla mala y están un poco pachucos y creo que esta es la mejor manera de decirles que todo va a salir bien 🙂 porque su amor es de los buenos!!!!
Tu pequeña historia de amor o anécdota de boda también puede quedar grabada para siempre. Escríbenos a [email protected]
(Texto:Bárbara Cervigón/Ilustraciones: Enrique U. Schiaffino)
Sorry, the comment form is closed at this time.