Del blanco al rojo
El banquete estaba a punto de acabar. Ya había cortado la tarta junto a su marido y solo quedaba disfrutar de la última sorpresa de la tarde. Angela se despidió de Andy: “Cariño, ahora vuelvo, tú sigue atendiendo a los invitados”. Él le sonrió. “No tardes”, contestó.
Angela cogió a su madre del brazo e hizo una señal a su hermana. Ambas se levantaron de sus respectivas mesas y la siguieron. Enfundada en su precioso traje de seda con volantes, que se movían como si fueran pequeñas nubes, desapareció tras los grandes portones del salón. Cruzaron un sala contiguo vacío y se adentraron en una pequeña habitción donde estaba guardada su pequeña sorpresa. Con la ayuda de su hermana, Angela empezó a desabrocharse su vestido blanco. Lo deslizaron hacía arriba con mucho cuidado, intentando que el delicado recogido que le habían hecho unas horas antes no se deshiciera.
Se quitó los zapatos blancos de novia y su madre y su hermana la envolvieron en un nuevo vestido. Este era completamente diferente. Cambiaron el blanco por el rojo y la holgura por la rigidez. Angela se sentía nerviosa, ¿qué pensaría Andy cuando la viera?¿y su padre? Tardaron más de media hora en acomodar el nuevo traje a la piel de Angela. Requería de mucha atención y paciencia poner cada parte del atuendo en su lugar. Ella se dejaba llevar, simplemente, tenía que estar quieta y hacer lo que su madre le dijera. Cuando terminaron, se miró al espejo. Aquel traje era espectacular, lleno de color y un significado muy especial para ella. “Ya estoy lista”, se dijo a sí misma mientras se contemplaba frente al espejo y se alzaba sus nuevos zapatos.
Los invitados conversaban tranquilamente cuando las puertas del salón se abrieron. Todos se dieron la vuelta y se quedaron con la mirada fija en Angela. Andy esbozó una gran sonrisa mientras contemplaba con orgullo a su mujer. El padre de Angela no pudo contener la emoción al ver a su hija vestida de aquella manera y una tímida lágrima cayó sobre su rostro, que secó rápidamente antes de que alguien se diese cuenta.
Angela lucía un ‘Hanbok’, el tradicional traje coreano que actualmente solo visten las novias en sus bodas o en momentos muy especiales. Un vestido con amplias mangas blancas como alas y una falda más larga aún que nacía desde el busto y moría en sus tobillos dejando ver sus preciosos zapatos. Sí, Angela era coreana. En el día más feliz de su vida no quería olvidarse de sus raíces. Quería rendir un homenaje a su familia que había recorrido un largo viaje desde Corea hasta Londres para darle su bendición. Andy era el hombre de su vida, era inglés y ella había dejado todo por crear una vida en común con él.
Andy se hizo paso entre los familiares que rodeaban a su esposa. Cuando llegó hasta ella, la miró con ternura, la besó en la mejilla y le susurró: “Estás preciosa”. Angela le miró a los ojos y sin emitir ningún sonido le dijo: «Te quiero”. Su padre también quería verla de cerca y agradecerle ese gesto que tanto significaba para él. No hicieron falta palabras, su padre la cogió de la mano, la miró a los ojos y ambos se entendieron perfectamente. Angela había convertido su día en un día muy especial para todos. Su sorpresa había merecido la pena.
Gracias Angela por enviarnos tu historia, un minicuento que demuestra que el amor no entiende de fronteras ni de tradiciones, y que en una boda todo es compatible :).
Si tú también quieres que contemos tu pequeño cuento o anécdota de boda solo tienes que escribirnos a [email protected]
(Texto: Bárbara Cervigón/Ilustración: Enrique U. Schiaffino)
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